¿Qué hacer para que la política de ética corporativa no se convierta en letra muerta?

Eduardo Alvarez Rodríguez

Cada vez son más las organizaciones enfocadas en plasmar políticas corporativas basadas en cultura ética con el fin de que sus entidades se conviertan en referente de transparencia y que sus colaboradores contribuyan a una tolerancia cero frente a la corrupción.

Lamentablemente, vemos cómo muchos de esos proyectos se quedan a mitad de camino. La mayoría de las ocasiones esto sucede porque nos cuesta trabajo pasar del papel a los hechos. Puede que los manuales estén redactados de manera sencilla y comprensible y que los colaboradores se encuentren receptivos para aplicar el nuevo ordenamiento. Pero eso no quiere decir que la tarea esté hecha.

Pretender que los colaboradores lean, asimilen y actúen conforme a las políticas de la noche a la mañana es inconcebible. La ética empresarial requiere tiempo, paciencia y mucha dedicación.

Pero entonces, ¿qué hacer para que la política de ética corporativa no se convierta en letra muerta?

Reza el dicho popular que «el hábito hace al monje», y es aquí donde podemos encontrar la clave. El hábito no es más que un comportamiento aprendido mediante la repetición, y es un elemento primordial de la condición humana. No nacemos con ellos, los creamos y después de automatizarlos se quedan con nosotros. Los hábitos están en el ser humano en todo momento; cuando trabajamos, estudiamos, comemos, incluso cuando creemos que no lo están, por ejemplo en la manera de manejar o en la forma de dormir. Más de un 40 % de las decisiones que realiza la gente a diario no son decisiones reales, sino hábitos.

Algunas de las compañías más grandes del mundo, como Procter and Gamble, Starbucks y Target, tomaron para sí estos conceptos y los transformaron en hábitos corporativos. Estas nociones —inicialmente concebidas para el área de marketing, conocidas como las leyes de Hopkins— han logrado que sus colaboradores adquieran hábitos en pro de sus firmas, entre ellos seguridad industrial, servicio al cliente, trabajo colaborativo, hasta el punto de eliminar hábitos tradicionales, no tan buenos, presentes en algunas compañías como la llamada «doctoritis».

Cabe resaltar que la base del programa es el desarrollo técnico, que a su vez debe estar alineado con el apoyo de capacitaciones, talleres, medios de denuncia, sanciones e incentivos, los cuales facilitan la automatización del comportamiento para que el hábito se convierta en costumbre. Pero ello debe ser el medio y no el fin.

Con este propósito, el área encargada de gestionar el proceso ético debe asegurar que los funcionarios logren adquirir el hábito en el menor tiempo posible, así mismo, acabado el ciclo de tiempo determinado, que estos sean capaces de desarrollarlo de manera inconsciente. De esta forma, la compañía gana tiempo y recursos, los cuales pueden ser enfocados en los nuevos integrantes, quienes a la vez tendrán la oportunidad de interiorizar más fácil la rutina ya que estará arraigada en los antiguos empleados, quienes se encargarán de transmitirla de forma involuntaria, convirtiendo el proceso en un círculo virtuoso.

William James, filósofo y psicólogo estadounidense, quien pasó buena parte de su vida estudiando el comportamiento humano, los hábitos y el rol fundamental de estos en la búsqueda de la felicidad y el éxito, dijo: «Una vez que elegimos quién queremos ser, la gente se configura al modo en el que se ha moldeado, al igual que una hoja de papel o un abrigo que, una vez doblado o arrugado, tiende después a caer siempre en los mismos pliegues».

La política de cumplimiento en materia de ética corporativa, más que una conducta empresarial se debe transformar en un proyecto de vida. Es decir, que no solo se exteriorice cuando la persona está en su lugar de trabajo, sino que sea una decisión que transcienda de los colaboradores a sus familias y su círculo social. Por medio de los hábitos es posible educar a nuestros hijos y crear buenas costumbres en ellos, como respetar la fila, dar las gracias, pedir el favor o devolver el dinero que nos dan de más.

Es maravilloso contar con excelentes funcionarios, pero sería extraordinario contar con excelentes seres humanos.

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